domingo, 3 de agosto de 2008

En la frenada

(cuento de sueños y realidades)




Cuando Arturo Balbuena abrió los ojos no vio nada y no hay otra palabra que lo defina mejor que nada siendo curioso pero a la vez alarmante ya que no estaba oscuro o sea que sencillamente no vio nada ni blanco ni negro y en el mismo instante un dolor que sólo era casi un dolor le penetró por los ojos directo hasta el cerebro a tal punto que creyó que algo le había estallado allí y no le permitía hallar la información del porqué estaba sucediendo aquello y el porqué no veía nada y que para sintetizar el asunto todo se limitaba a que no veía y le dolían los ojos pero claro eso se agregó a lo sucedido un segundo antes y que a la postre uniendo todas las piezas fue lo que formó o transformó los acontecimientos que se iniciaron cuando ese segundo anterior sintió un corto y sorpresivo empujón como los que se reciben a la salida de los estadios o en las colas de los cines y que se parecen a los empellones que dan los carteristas para distraer mente y cuerpo y sustraer cómodamente objetos de bolsillos y carteras de las víctimas aunque a Balbuena era evidente que no le pasó eso e inmediatamente después del rempujón distinguió de reojo con sus ojos que no veían pero que al final parece que sí como una sombra amenazadora que si amerita definirlo de alguna manera era simplemente el cuerpo gigantesco de un gusano negro que cruzaba muy cerca crujiendo sus dientes y emitiendo un asqueroso grito que se le metió en el alma y le congeló la sangre si es que hay gritos asquerosos y que tienen el poder de meterse en el alma y helar la sangre y que como ejemplo presente parecía que éste sí aunque notó que lo helado del grito se le mezclaba con el calor en su mejilla derecha al sentir claramente cómo le tembló otra vez toda la cabeza por culpa de aquella cachetada odiosa que le propinó su mujer con la mano izquierda cuando lo abandonó en medio de la playa bajo el terrible sol del verano antes de perderse ella por supuesto entre la gente y de la mano de aquel muchacho tostado de sol que no era su hijo no y ahora le resultaba incomprensible estar sintiendo eso o sea la cachetada otra vez y porqué aquella escena de un pasado tan lejano que incluía exasperadamente al muchachito dorado se instalaba hoy tan real en su conciencia después de que un gigantesco gusano chillón y negro como metal viejo pasara ante su mirada nítidamente en un instante en que no veía nada pero que al final veía como en un collage incoherente donde todo se mezclaba sin pausa ni pudor tanto que así de pronto todo cambió y ahí nomás un innombrable por desconocido monstruo de dos patas y dos cabezas cubierto con una piel de texturas mixtas avanzó hacia él y le encaró envolviéndolo con su aliento de leche cuajada que surgía desde atrás de otro tibio y sutilmente perfumado jadeo mirándolo de frente con cuatro ojos que impresionaban mucho pues dos de ellos eran grandes y alargados y negros siendo los otros azules y redondos y chiquitos impidiendo a Balbuena todos juntos decidir a dónde dirigir la mirada en ese rostro bifocal y que fue por eso nada más que horrorizado desvió la cara a un lado para no enfrentar la desigual e interesada doble visual de la bestia y entre reflejos de cosas que incluían su propia imagen etérea e irreal vio la gran guillotina blanca tinta en sangre que se elevaba lenta y amenazando caer sobre su cráneo provocando que su miedo creciera hasta el horror al comprender que casi estaba viviendo el final de su rutinaria y aburrida existencia por el inminente golpe del filo ácido de la cuchilla oyendo las dulces campanas del más allá que lo recibían tempranamente con un repicar más ácido del que imaginaba y para colmo sumando terror más terror comprobó helado por dentro que ocupaba el primer lugar en la cola de los que iban a ser guillotinados mientras desde una realidad mentirosa o una mentira real veía al verdugo obeso y gris que avanzaba hacia él sin enfrentar esa su mirada hosca y de vidrio a las de los condenados solicitando groseramente las tarjetas numeradas.
- ¡Boletuboletos!... Más atrás que hay lugar, señora, por favor.




El viejo ómnibus avanzaba, a los pechazos, por entre un abarrotado tránsito mañanero. El guarda, gordo y con su traje arrugado y gris, se aferró firmemente del pasamanos y, con su panza dura, golpeó en el hombro a Balbuena cuando el vehículo se detuvo bruscamente frente a la barrera del paso a nivel urbano. Segundos después la mole negra, rechinante y oscurísima del tren, cruzó delante del colectivo haciendo temblar calle, autos, buses y gente. Una mujer, que en ese instante intentaba guardar su boleto en el bolsillo, le golpeó con el codo en el rostro y otra, aprovechando que abrió los ojos asombrados, se le acercó - con un bebé en brazos – a pedirle el asiento. Balbuena quería regresar del sueño que era realidad a la realidad que no era, pero no podía porque no sabía cual era cual. Luego de que todos los ruidos del tren se adelgazaron por la vía, la barrera - pintada de blanco y rojo – se elevó con parsimonia, como toda barrera, y una campana vieja resonó autoritaria dando paso a la cola de vehículos.
Arturo Balbuena quedó suspendido unos segundos, con todo el cuerpo erizado, en ese estado en que la realidad es sueño y éste es verdad. Al instante terminó de despertar, pero no de discernir esa dualidad. Sintió que todos lo observaban, aunque una indiferencia cansina se desparramaba por entre los demás. Avergonzado, convencido de que todos sabían lo que él había vivido en esos segundos, temblando su alma y observando por la ventanilla para asegurarse de que el gusano negro ya no regresaría, continuaba viajando hacia su trabajo diario, mientras secaba mecánicamente sus manos sudorosas en los pantalones.




- ¿Me permite su asiento, señor?...
Cuando el olor a leche cuajada, matizado por el tenue perfume del bebé, le envolvió, se aplastó contra el respaldo metálico del asiento, empujado por una ráfaga de terror y casi gritó. No lo hizo porque instintivamente se llevó la mano a la boca y mordió fuertemente sus dedos.
Entonces sí, gritó de dolor.
Y volvió a avergonzarse, porque el dolor le advirtió que la realidad y el sueño estaban allí, aunque no le señaló qué era la realidad y qué no.
En aquel momento se puso de pie, mientras un temblor repentino le sacudió el último poquito de miedo que le quedaba en algún rincón del alma.
Mientras la señora ocupó el asiento con su hijo en brazos, Balbuena observó por la ventanilla, adivinando y temiendo las presencias del gusano y la guillotina.
Luego, a pesar de ello - aferrado al pasamanos - dormitó otra vez mientras, a sus espaldas, el guarda seguía su tarea.
- ¡Boletuboletos...!





Desde el pasado que ahora era presente su mujer le propinó otra vez aquella injusta cachetada con la mano izquierda que le sacudió toda la cabeza y ahora extrañamente con olor a leche cuajada y un rostro conocido pero con cuatro ojos desiguales se alejó por la playa entre la gente de la mano del muchacho dorado de sol mientras la guillotina volvía a subir tinta en sangre y otro gusano chillón y negro como metal viejo se arrastraba junto al ómnibus.

Ese ómnibus que, tropezando entre un abarrotado tránsito mañanero, se acercaba al próximo paso a nivel.



FIN

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